Un estudio realizado por la reconocida consultora YouGov, que realiza investigación de mercado y encuestas sobre temas de relevancia social a través de métodos online en diferentes países, reveló datos sorprendentes sobre la sexualidad de los jóvenes británicos: uno de cada dos encuestados de entre 18 a 24 años dijo que no se considera a sí mismo exclusivamente heterosexual, el 11% se definió como exclusiva o predominantemente gay, más de la mitad de quienes tienen una vida sexualmente activa afirmó que podría tener relaciones sexuales (ya sea de forma esporádica, frecuentemente o como única opción) con personas del mismo sexo y el 23% reconoció ya haberlo hecho.
Los resultados de la encuesta, publicados entre otros por los diarios The Guardian, The Independent y The Telegraph, indican una diferencia considerable entre las respuestas del conjunto de la población adulta y las de los más jóvenes: mientras que el 76% de los británicos de todas las edades se identifica como exclusivamente heterosexual, el porcentaje baja al 46% entre los que tienen de 18 a 24 años. La proporción de quienes se definen como exclusivamente homosexuales no varía demasiado —4% del total, 6% entre los más jóvenes—, pero la diferencia se agranda mucho entre quienes no eligen ni una opción ni la otra: usando la escala creada por Alfred Kinsey en 1948, el estudio permitió a los encuestados elegir entre seis grados que iban de la absoluta heterosexualidad a la absoluta homosexualidad. El 22% de los más jóvenes se identificó como “predominantemente heterosexual, con relaciones homosexuales esporádicas”, el 13% como “predominantemente heterosexual, con relaciones homosexuales más que esporádicas”, el 3% como “bisexual”, el 4% como “predominantemente homosexual, con relaciones heterosexuales más que esporádicas” y el 1% como “predominantemente homosexual, con relaciones heterosexuales más que esporádicas”. Es decir, en esa franja de edad, la suma de los que dijeron no ser ni exclusivamente gays ni exclusivamente héteros fue de 43% (en el total de la muestra, 19%), mientras que la suma de los exclusiva y predominantemente gays fue de 11% (en el total de la muestra, 6%).
Tras el impacto del sondeo en los medios británicos, la consultora repitió la encuesta en los Estados Unidos y la diferencia entre los más jóvenes (con un máximo de edad ligeramente mayor) y el total de la muestra, si bien menor, se repitió: entre los encuestados de entre 18 y 29 años, el 5% se considera exclusiva o predominantemente gay, el 7% bisexual y 19% predominantemente hétero, aunque admite que podría tener relaciones sexuales esporádicas (10%) o más que esporádicas (9%) con personas del mismo sexo, algo que el 20% reconoce ya haber hecho. Dicho de otra forma, apenas el 64% de los jóvenes estadounidenses se considera exclusivamente hétero, porcentaje que llega al 78% en el conjunto de la población.
Algunas tendencias se repiten en ambos estudios. El porcentaje de los que responden que son exclusivamente hétero baja a medida que baja la edad, alcanzando el 87% entre los estadounidenses de más de 65 años y el 88% entre los británicos de más de 60, y todas las demás opciones expresan diferentes variaciones que muestran una mayor distribución entre los más jóvenes, principalmente en el segmento que va de la bisexualidad a la heterosexualidad predominante pero con ocasionales o frecuentes relaciones homosexuales. El porcentaje de los que dicen ya haber tenido relaciones sexuales con personas del mismo sexo (es decir, los que, independientemente de cómo se identifiquen, ya han tenido experiencias concretas de relaciones homosexuales) es similar: 23% entre los jóvenes británicos y 20% entre los de EEUU. Otras respuestas varían: en el Reino Unido, no parece haber diferencias significativas entre conservadores, laboristas y liberal-demócratas con relación a la escala Kinsey, mientras que en los EEUU, 90% de los republicanos dice ser exclusivamente heterosexual, porcentaje que cae a 72% entre los demócratas.
Todos estos datos y muchos otros contenidos en las encuestas —que pueden bajarse acá (RU) y acá (EEUU)— pueden interpretarse de diversas formas. Habrá quien se pregunte si la diferencia entre las respuestas de los más jóvenes y el resto significan que hay más gays y bisexuales que antes, o que la relevancia del concepto de orientación sexual como algo definitivo o característico de cada persona está siendo cuestionada por las experiencias de las nuevas generaciones. Creo que sería apresurado y un poco superficial plantearlo así, aunque la respuesta depende de cómo entendamos cada una de esas preguntas.
Lo interesante del estudio de YouGov es que utilizó diferentes formas de indagar a los encuestados sobre su vida sexual real, sobre cómo imaginan su vida sexual posible y sobre qué creen que su vida sexual o sus deseos dicen sobre ellos. Algunos datos son llamativos. Cuando se les pide que elijan entre apenas tres opciones: homo, hétero o bi, la necesidad de encasillarse lleva a respuestas más tajantes: el 83% de los jóvenes británicos responde “heterosexual”, el 10% “gay” y apenas el 2% “bi”, pero cuando se les pide que elijan entre más posibles opciones, apenas el 46% dice ser “exclusivamente heterosexual” y apenas el 6% “exclusivamente homosexual”, es decir, ambas etiquetas se relativizan. Dicho de otro modo, muchos de los que se consideran a sí mismo gays reconocen que podrían tener relaciones con personas del sexo opuesto y muchos de los que se consideran a sí mismos héteros reconocen que podrían hacerlo con alguien del mismo sexo. Y cuando les preguntan si ya lo han hecho, muchos dicen que sí. Hay un 11% de quienes se consideran heterosexuales que dice que ya tuvo relaciones sexuales con alguien del mismo sexo y un 18% que admite la posibilidad de hacerlo. Y entre los que, teniendo que identificarse, lo hacen como homosexuales, hay un pequeño pero llamativo porcentaje que dice llevar una vida sexual exclusivamente hétero y un 19% que admite la posibilidad de tener ocasional o frecuentemente relaciones con personas del sexo opuesto. Y, sin embargo, ni unos ni otros se consideran bisexuales.
A medida que avanza la edad, esas diferencias tienden a desaparecer. O una cosa o la otra. Sin embargo, en el caso de los británicos, hay una contradicción interesante. Puestos a responder con independencia de su propia experiencia, tienden a reconocer que no todo es tan rígido: apenas el 27% responde que no existe término medio (“o se es gay o se es hétero”), mientras que el 61% admite que la sexualidad es una escala y hay más posibilidades. Y en esa respuesta, si bien hay variación por edad, es menor: lo dice, también, el 53% de los mayores de 60 años, aunque el porcentaje aumenta a 74% entre los más jóvenes.
Lo hemos dicho más de una vez en este blog: la sexualidad humana es mucho más compleja que las alternativas que el lenguaje nos ofrece para definirla. Eso no significa, en mi opinión, que términos como gay o hétero carezcan de sentido. En primer lugar, porque una parte importante de las personas tiene deseos y prácticas sexuales exclusivamente orientadas hacia el sexo opuesto o hacia el mismo sexo. La idea de que “todos somos bisexuales” siempre me pareció una estupidez y, hablando por mí y por la mayoría de las personas que conozco, podría decir que contradice la experiencia, pero las diversas formas de bisexualidad son más comunes de lo que creemos. Y en segundo lugar, porque esas palabras no se refieren apenas a lo que hacemos en la cama o a la forma en que nos enamoramos, sino también a cómo nos identificamos en una cultura donde esas distinciones son relevantes, participamos de grupos, establecemos relaciones de pertenencia y vivimos una determinada experiencia en la topografía de las ciudades, de la vida social y cultural, de las redes digitales y analógicas y de otras formas de vivir en este mundo. Asumirse como “gay”, “bi” o “hétero” no significa apenas una descripción de la propia vida sexual, sino también una forma de vida, de experiencia de sí mismo, de autopercepción, de identidad y de relación con los demás. No por alguna verdad metafísica o algún orden natural trascendental, sino porque vivimos en este mundo y somos parte de esta tribu, los humanos, para la cual esas palabras dicen algo importante. Una persona que lleva una vida hétero, tiene deseos sexuales predominantemente héteros y se siente feliz con ello no va a perder ningún título por una experiencia sexual homosexual, ni un gay dejará de serlo por una experiencia ocasional con alguien del sexo opuesto. Lo más probable es que esa experiencia ocasional no lo lleve a pasar a entenderse como bisexual.
Por otro lado, también es cierto que hay mucha gente que no se encaja de forma tan categórica en esas clasificaciones. Y las opciones son muchas más que aquellas que se nos presentan como posibles para identificarse. La escala de Kinsey, más allá de todas las críticas que se le han hecho, es más realista, aunque no deje de ser otra lista de opciones que tampoco podrán abarcar todas las experiencias posibles. El término “bisexual”, importante como identidad para aquellos que tienen relaciones sexuales satisfactorias y pueden formar parejas, enamorarse o desear a personas de ambos sexos, no alcanza para definir otras experiencias, como las de aquellos que tienen una identidad gay o hétero y una vida sexual que generalmente encaja con ella, pero saltan el cerco de vez en cuando, o con frecuencia. O quienes, simplemente, viven experiencias sexuales en diferentes momentos de su vida sin pedirle permiso a una identidad fija. Desde el pibe que tiene novia y una vida social heterosexual pero de vez en cuando tiene sexo con hombres, ya sea clandestinamente o sin hacerse problemas por ello, hasta el que se hace chupar la pija en el túnel de Amerika sin dejar por eso de sentirse el más machito del mundo. O el que experimentó una y otra cosa en la adolescencia, o el que vive en el armario hasta muy grande, o el taxiboy que sólo tiene sexo con hombres cuando trabaja pero no le gusta hacerlo, o el que le gusta, aunque no lo reconoce, o sí lo reconoce, pero no lo hace fuera del trabajo, o el que sólo tiene sexo con hombres cuando está borracho, o el que lo hizo una vez por curiosidad y todo bien, sin que eso lo hiciera cuestionarse nada. Y lo mismo se aplica para quien se considera gay.
¿Y qué decir de cuando la orientación sexual, la identidad de género y los roles en la cama se relacionan de las más diversas formas, con disparidad de juicios sobre la identidad sexual del otro y sobre lo que determinados papeles “significan” en términos identitarios? (Hablamos aquí de cómo cada uno se percibe y percibe al otro y de cómo ello se relaciona con su propio deseo, más allá de lo que nosotros pensemos sobre esas percepciones). Están los hombres heterosexuales cisgénero que tienen relaciones con travestis porque las entienden como mujeres y, por lo tanto, no sienten que eso cuestione su heterosexualidad, pero algunos sólo las desean si las ven “bien femeninas” en su apariencia. Y están los que no les interesa pregutarse si son hombres o mujeres, más o menos “femeninas” en su aspecto, ni se cuestionan qué dice eso de su propia orientación sexual. Y los que salen con travestis, pero sólo aceptan ser activos, porque reproducen en esa relación el papel de macho hétero. Y los que salen con travestis y son pasivos, pero nunca tendrían relaciones con varones cisgénero. Y los que experimentan con juguetes sexuales, pero sólo con una mujer cis, o solos. Y los gays que no sienten atracción por hombres trans, y los que sí. Y los que sólo sienten atracción por hombres “muy masculinos”, y los que prefieren a los más afeminados. Y seguramente podríamos dar muchos ejemplos de mujeres también.
Hay muchas más posibilidades de las que podemos imaginar y todas las clasificaciones son útiles, suficientes para las experiencias de algunos, pero no alcanzan para contener a todos. Eso siempre fue así, de forma más abierta o más clandestina, con aceptación o sin ella, con teorizaciones o sin ellas, dicho o no dicho. Pero en otras épocas todo lo que no encajaba en la norma era reprimido de tal forma que había que auto obligarse a aceptarla o vivir clandestinamente. Porque lo que la norma dice es que todo lo que no encaja está mal, es un desvío, algo reprochable, sucio, pecaminoso, enfermizo. Por suerte, cada vez menos gente piensa así y eso hace más fácil que los demás vivan su vida.
Lo que al fin está cambiando —y por eso se refleja en las diferentes respuestas de diferentes generaciones a encuestas como estas— no son las posibilidades del deseo, ni la diversidad de la sexualidad humana, sino las posibilidades de asumir los deseos, permitirse concretarlos, ser feliz con ellos y reconocerlo ante los demás, inclusive en una encuesta (que, además, al realizarse con una muestra de personas que responden online, en su computadora y con su anonimato garantizado, permite una mayor sinceridad). Lo que cambió es que los encuestados más jóvenes probablemente se animan a hacer y a decir lo que desean sin miedo a ser censurados o a sufrir consecuencias o a tener culpa por ello, porque viven su sexualidad con más naturalidad y menos imposiciones. Que, poco a poco, las teteras y los baños de los trenespierden terreno frente al Grindr y los boliches donde todos conviven, o las relaciones que comienzan con vínculos cotidianos donde antes sería mucho más difícil, como el barrio, la red de amistades, el trabajo, la escuela o la universidad. Que en muchos lugares (y eso varía y se nota en otras de las segmentaciones de los resultados) tener novio si sos chico o novia si sos chica, o tener una vida sexual que incluya un menú más amplio no es algo que avergüence o dé miedo a un adolescente como hace 10, 20 o 50 años —o inclusive a sus padres—, independientemente de cómo se asuma desde el punto de vista identitario. Releer la carta de Alexis, escrita por Marguerite Yourcenar en 1929, o las Memorias de Adriano, que hablan de tiempos mucho más distantes, da una idea de lo mucho que cambió el mundo en el que vivimos. Lo que estas encuestas reflejan es que, poco a poco, somos cada vez más libres. Y eso no va a acabar con las identidades o con las diferencias, ni mucho menos con la diversidad, sino que va a permitir que esta se exprese sin la obligación de adaptarse a las normas de los otros.
No es que haya más putos que antes. O más bisexuales. Es que, poco a poco, hay más libertad y menos miedo de disfrutar de la vida y de responder la verdad si nos preguntan, como si nos preguntaran si nos gusta lo dulce o lo salado, las películas de acción o las comedias, o un poco de cada cosa, porque sí.
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